Música

martes, 8 de septiembre de 2015

Allí abajo

Estoy al borde.

Es un risco harto conocido, con bordes afilados, fríos, helados. No quiero tocarlos, no me atrevo. Su tacto es un recuerdo, un rastro melancólico de un tiempo macabro y cruel sin esperanza. Me miro las manos, llenas de raspones, de cicatrices que ese mismo borde creó al rajarlas cuando mis músculos tiraron hacia arriba con un último esfuerzo que exhaló un suspiro de alivio esperado desde mis primeros pasos.

Y la risa sube desde la oscuridad en un eco que hiela mi débil alma.

-Bajarás.
Niego de forma temblorosa con la cabeza. Intento parecer bravo, pero mi pelo se eriza y mis cuerdas vocales se paralizan, estancadas en un grito que jamás salió aunque no paró nunca de intentarlo.
-Sí, volverás. Éste es tu sitio, tu lugar. Es tu destino.
Trago saliva. Mi barbilla castañea.
-No... No volveré.
La risa me azota como miles de bofetadas. Un recuerdo de lo que fue el primer empujón que me proyectó ahí abajo...
-Ya lo creo que volverás. Caerás rodando por las paredes del cruel abismo, te golpearás con todos y cada uno de los salientes y no pararás hasta que tu cuerpo lleno de sangre y roturas irreparables toque el suelo con el más fuerte de los impactos.
Recuerdo esos golpes. Recuerdo cada vez que mi ser caía hasta el fondo y se golpeaba con fuerza contra la sólida y fría oscuridad. Mis mejillas están húmedas. Lágrimas bajan sin previo aviso. Mi garganta se convulsiona.
-Ya no estoy solo...
-¿Cuántas veces has repetido eso antes?- el silencio como respuesta.
Mis manos tiemblan de forma violenta. Mis cicatrices no se abren, pues nunca se cerraron. Son algo que jamás sanará, ni con miles de terapias, psicólogos o ánimos. Ni con millones de sonrisas, abrazos y miradas joviales.
-Déjame.
Dos luces a modo de ojos me miran desde abajo. Mirada que añora mi desgracia, que tiene hambre de mi dolor y sed de mis lágrimas.
-Volverás. Gritarás en silencio por las noches. Tu cuerpo se convulsionará de dolor como entonces. Tus músculos se tensarán y tus ojos enrojecerán mientras tu almohada se empapa en lágrimas frías y desesperadas. Y estirarás la mano hacia el techo. Y entonces tus labios articularán una palabra sin sonido alguno...
-... "Ayuda"...
-Y volverás a estar solo... Es tu destino.
Me arrodillo. Me tumbo. Hago un ovillo con mi cuerpo. Lloro y lloro. No paro de llorar.

Tengo miedo.
La oscuridad me mira y tengo miedo.
No quiero volver ahí abajo.
No quiero volver... a estar solo.

... Ayuda...