Música

sábado, 27 de septiembre de 2014

MONSTRUO

Busco al culpable de mi desdicha.
No ceso en el empeño de tener a alguien a quien pagarle mi desgracia.
¡¿Dónde estás?!, grito mientras recorro las zarzas, mientras mis pies se despellejan.
El momento ha llegado, la venganza se acerca. Huelo su ira, su desprecio.
Noto la vibración que su horrible hedor produce, cómo su fuerza, esa fuerza que me tiró al abismo, retumba en todos lados.
No podrás conmigo esta vez, me digo. Supe salir, suaves manos me sujetaron.
Mi alma está ligada a ellas, es algo innegable, pero, ¿será una debilidad?
No, imposible. No ahora. Soy fuerte, soy feliz. Y ese monstruo lo pagará.

Llegó mi momento, un paso tras otro, mi mandíbula apretada, mi férrea mirada, mi sudor fruto del duro esfuerzo.
La sangre de los pies es insignificante. Demasiado bien lo conozco, demasiado bien sé cómo se siente. Mi objetivo está claro y cada vez más cerca.

Monstruo, ven aquí. Monstruo, acércate.

Lo pagarás caro, tu esencia dentro de cada uno de los que me empujaron. Cada zancadilla que hizo que me arrastrara por el suelo, cada puñalada y latigazo. Estoy convencido, ahí está, en forma de todos aquellos despreciables envidiosos.

Monstruo, ven aquí.

Ya lo noto. Lo oigo respirar. Lo huelo. Se acabó ser la presa, ahora soy el cazador. Mis flechas serán todos aquellos momentos que me ayudaron. Mi mano será todas aquellas manos. Esa decisión será mi voluntad.

Monstruo...

Veo sus ojos, oscuros, como un pozo negro. Veo su expresión que, más que satisfactoria, parece colmada de odio.

Monstruo...

Me devuelve la mirada.
Ahora le veo bien.
Pero no me lo esperaba...

Misantropía surgida en mí, un autoengaño que ahora se resuelve.
Odio colmado de rencor, una mentira que ahora se disuelve.
La esencia no está en todos.
Los demás no son el monstruo.
Maldito imbécil, maldito ignorante.
No te das cuenta, jamás lo viste.
Las manos se cierran y se alejan, dolidas, sangrantes.
Todas ellas, hasta la última. Manos que te asieron, que te subieron.
Manos que se pincharon.
Manos que mordiste.
Manos que no agradeciste.
Te creías el héroe, el protagonista del drama. El pobre mártir víctima del odio.
¿Del odio de quién?
Del odio del monstruo.
Su mirada. Su expresión.
Tu gran error, te dice, fue sobreestimarte.
Tu ego te engañó, tu ego te mintió.

Una revelación
que hace que me dé cuenta.
Latigazos de dolor
que impiden que me dé la vuelta.

¿Por qué me abandonaban? Decía.
¿Por qué me odiaban? Me repetía.

Ese monstruo despreciable,
con un odio impensable.
Fruto de a saber qué
creado al mismo tiempo que yo.

Me esperaba un horrendo ser
encuentro un reflejo.
Me cuesta creer
que ante mí haya un espejo.

Monstruo horrendo, causa de mi soledad.
Bestia asquerosa, vive para dañar.

Sus ojos oscuros, sus cabellos tan familiares.
Su expresión dolida, fruto de una dura vida.
¿Y las manos?
Las manos lo descubrieron ya.
No es culpa de la humanidad.
No es culpa de la sociedad.

Ese monstruo es una sola esencia.
Un solo ser.
Es fruto de la demencia.
Es duro de creer.

El monstruo que quería destruir convive conmigo día a día, me conoce mejor que nadie, por ello toma las riendas.
¿Ya sabéis de lo que hablo?

El monstruo soy yo.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Maldito juego

Arriesgado, peligroso juego en el que tu corazón todo lo apuesta sin pedirte permiso siquiera.
Cadena macabra y cruel en cuyos eslabones todo te juegas sin que la razón parezca tener influencia.
En la mesa pones tu autoestima, tu razón y tu alegría. Tu energía es la moneda de cambio, tu sonrisa la cara de póker que ha de ayudarte. La falsa indiferencia o ignorancia es la máscara contra tus adversarios.
Tu objetivo está bastante claro, por mucho que lo pretendas olvidar. Deseas retirarte, tirar tus cartas con desgarro y furia, pero no es tu cerebro el que manda, ha perdido el control. Los nervios ahora son las arterias y la mente que te mueve es tu corazón: ese maldito enfermo que parece disfrutar el sufrimiento como si se tratara de la más suculenta delicia.
Eres víctima y verdugo, todo al mismo tiempo. Cruel destino el que puso en tu pecho las riendas, pues no piensa, no razona. Tu juego es impulsivo, apuestas demasiado rápido, a veces muestras tus cartas en un descuido.
Y entonces, irónicamente, el juego se pone interesante.
Surgen disputas. Surgen celos. Los gritos son enmudecidos por los llantos y las miradas. Todos apuestan fuerte, se juegan demasiado. Todos quieren ganar, mas todos van a perder. No hay victoria ni gloria, pues aunque tu apuesta sea apremiada, surge otro participante cuyo corazón te lo entregará todo y no recibirá nada.
Y eso duele.
En este juego la indiferencia e ignorancia son un doble velo.
En realidad eres consciente de lo que estás haciendo.
Pero tu corazón tiene las riendas y te controla como un carro desbocado con caballos fuera de sí, enloquecidos por la incertidumbre y los celos, por los remordimientos causados por el conocimiento de que tus actos traen consecuencias dañinas.
Y finalmente te das cuenta de que no eres ninguna víctima. Ya no te sientes incomprendido.
Ahora eres el juez que dicta la sentencia, que condena corazones ajenos con un mazazo que duele más que una puñalada al rojo vivo.
Eres el malo de la historia.
Maldito juego.