Música

viernes, 24 de julio de 2015

Batalla, parte 1

La noche venía acompañada de tormenta. Pero no era una tormenta ruidosa, una tormenta escandalosa. No era como esas tormentas que hacen que el suelo se estremezca. La llovizna creaba un efecto tranquilizador y los relámpagos eran lejanos destellos que iluminaban el campo de batalla de forma intermitente. Los soldados se encontraban tiesos, tensos. Su miedo calaba bajo sus armaduras como el agua que les empapaba. Al otro lado de una llanura yerma, las siluetas de los enemigos se recortaban con el cielo con cada destello. El mariscal intentaba tranquilizar al corcel, en la cabecera del ejército. Nadie hablaba, nadie hacía ruido. Y entonces lo oyeron. Un rugido salvaje que resonaba más allá de la lluvia y los truenos. Aquellas criaturas sedientas de sangre humana comenzaron a correr. Sus pies se oían retumbar en el suelo como un terremoto salido de las mismas profundidades de la tierra. El mariscal desenfundó su hacha dorada con una media sonrisa desafiante.
-¡Hoy, hermanos y hermanas! ¡Hoy es el día!- gritó mientras miraba a sus hombres mirarle con una mezcla de miedo y confusión.- ¡Hoy se decide el destino de los hombres y mujeres, se decide nuestro futuro y nuestra libertad! ¡Ante nosotros se abre la esperanza, la alegría, la promesa de un mundo sin el miedo y el caos que nos ha estado acechando los últimos años! ¡Está ahí!- señaló al horizonte con su arma, más allá del enemigo.- ¡Lo único que debemos hacer es atravesar las huestes de esos seres apestados que añoran nuestra sangre y nuestro sufrimiento! ¡Pero no, no nos rendiremos sin luchar! ¡No nos retiraremos sin mostrarles de qué estamos hechos! ¡No nos iremos sin enseñarles que no sentimos miedo ante sus horribles formas y sus oscuras almas! ¡Pues hoy, hermanos míos, hermanas mías, hoy lucharemos por todo en lo que creemos! ¡Nuestra esperanza en la libertad guiará nuestras armas y encararemos a la muerte, maldita sea, con una sonrisa de oreja a oreja! ¡Luchemos por la libertad!
Alzó el hacha, que relució durante un instante ante un relámpago que había caído más cerca que el resto. Los soldados gritaron con fuerza, su moral había escalado varios peldaños y parecía no poder ser derribada. Ahora se sentían como dioses que pisotearían a sus enemigos con sonrisas macabras y desafiantes en sus antes aterrados rostros.
-¡Ahora, hermanos, muramos y vivamos por nuestra promesa de un futuro esperanzador!
Otro grito victorioso coreó sus palabras. La voz de uno de los generales resaltó por encima.
-¡Escudos!
Los soldados, coordinados con una perfección pasmosa, colocaron sus enormes escudos de acero ante ellos, aguardando el impacto de aquellas criaturas sedientas de muerte y sufrimiento. El mariscal se colocó tras los escudos con el caballo, listo para coordinarlos. Ahora debía mantener su mente fría, vacía de cualquier sentimiento. La batalla era a partir de ese momento un juego cuya recompensa sería una grata victoria y cuyo castigo sería una irremediable muerte que no temía afrontar, pues por algo se encontraba ahí.
-¡Aguantad!- gritó mientras los pasos resonaban cada vez con más fuerza.- ¡Aguantad!
Un destello iluminó el campo un momento. Estaban muy cerca y sus colmillos se distinguían, sus ojos inyectados en sangre habían dedicado en ese breve instante una mirada que encogía el corazón de los hombres menos experimentados. El mariscal pudo apreciar un leve movimiento en la primera línea, un titubeo que, si no atajaba, podía ser fatal para el resto de la formación.
-¡Que no os vean flaquear! ¡No deben vernos como una presa fácil! ¡Nosotros seremos los que tomemos las riendas luchando con más fiereza que todos ellos! ¡Cada uno de vosotros vale más que todo su ejército junto, no lo olvidéis!
Y entonces, coreando esas palabras, el golpe final. Los escudos resonaron de forma metálica ante la carga de aquellas bestias.
-¡Lanzas!- gritó el mariscal.
Por el hueco entre cada dos escudos, una pica de hierro reluciente salía con sed de sangre de bestia, con hambre de carne enemiga. Los rugidos de dolor del enemigo desgarraron el cielo más que la lluvia y los relámpagos. Se oían gritos de victoria y de sed de venganza.
-¡Empujad!
Los escudos propinaron un fuerte golpe hacia arriba, confundiendo a las criaturas por el impacto en sus inmundos rostros. En ese instante, un millar de espadas humanas salió de la formación y se clavó en sus corazones negruzcos, poniendo fin a sus asquerosas vidas. Los escudos volvieron a cerrarse, soportando la segunda embestida.
-¡Fuego!
Tras de sí, iluminando el campo de batalla, surgiendo de las catapultas colocadas en retaguardia, una salva de bolas anaranjadas de fuego y destrucción voló en parábola derecho a las líneas traseras de las bestias. El fuego comenzó a iluminar con más claridad el campo de batalla y los gritos de dolor de aquellos seres parecían alimentar la sed de los soldados como el mejor de los vinos. Casi instantáneamente, varias líneas más atrás, un silbido precedió una lluvia de invisibles flechas que cayeron sobre los monstruos a toda velocidad, acompañadas de muerte y dolor.
-¡Cuidado!- se oyó.
El mariscal miró a su derecha. Una enorme criatura con cuernos había abierto una brecha en la primera línea y con una enorme maza repartía golpes a toda velocidad. Parecía imparable. Los arqueros cercanos le disparaban de forma automática, centrándose en la cara y el cuello. Pero no podía dejar que sus soldados murieran de esa forma. Espoleó el caballo hacia esa dirección, sus hombres le abrían paso mientras la primera línea seguía aguantando al enemigo. El enorme ser recibió un flechazo en el ojo izquierdo, una distracción en el momento justo que hizo que el valiente líder se acercara sin ser notado enarbolando el hacha que acabó decapitando a su contrincante de forma rápida, concisa y certera. La primera línea no tardó en fallar a causa del desgaste y el cansancio ante oleada y oleada.
-¡Cargad!- gritó uno de los múltiples generales que seguían, a su vez, las órdenes del mariscal, y los cuales habían sido instruidos en la estrategia a seguir.
Gran táctica, sin duda. Las horrendas bestias, al derribar la primera fila de escudos, se habían visto confiadas, pensaban que ya podrían abrirse paso a través de la carne con facilidad. Pero no, no iban a dejarse ganar de esa forma tan ridícula. Justo cuando el último de los escudos fue derribado, las líneas de detrás, hombres armados con escudos redondos de menor tamaño, espadas, hachas, martillos y cualquier arma que pudiera quebrar cráneos o atravesar pulmones, cargaron a toda velocidad contra los agotados enemigos. Y no se lo esperaban. Algunos incluso intentaban correr en dirección contraria, suceso que alimentaba la moral de los soldados todavía más. Poco a poco comenzaron a arrinconarlos con el fuego provocado en la retaguardia por las catapultas. Las criaturas habían cambiado sus rostros de sed y hambre por pavor a la muerte, algo irónico, sin duda. Los hombres y mujeres ya podían saborear la victoria...
... pero entonces un ensordecedor rugido retumbó por todo el campo de batalla, tan fuerte que hasta la lluvia pareció callarse durante unos segundos. Y el mariscal pudo ver con horror como unas enormes alas se alzaban por detrás de la colina, iluminadas tenuemente por el fuego provocado. Un enorme monstruo, un gigantesco, colosal reptil, les sonreía con una hilera de colmillos astillados y manchados de sangre seca mientras les dedicaba una aterradora mirada que brillaba de forma ambarina entre las escamas que cubrían su rostro.

Continuará...

sábado, 4 de julio de 2015

Que gane el amor

Hoy
dedicadme miradas de pasión,
juntad los labios sin temor.

Hoy
demostrad que manda vuestro corazón,
no dejéis que le quiten la razón.

Hoy
abrazaos sin miedo y sin pavor.
Demostrad que no es un acto atroz.

Hoy...

Hoy
Escuchad juntos a vuestro corazón.
¡Sentíos orgullosos!
¡Hagamos que gane el amor!